miércoles, 14 de noviembre de 2018

Don Bruno Peperulo - Capítulo 5




- Capítulo 5 -


Esa fresca mañana se encontraba el castigado herrero sentado frente a su acogedora chimenea recuperando fuerzas. Mientras el viento frío soplaba en el reino, Bruno disfrutaba de calentarse el cuerpo con una sabrosa y caliente infusión mientras admiraba el ir y venir de las llamas. El relajante sonido de la leña ardiendo le servía para relajarse, y la exquisita sopa de remolacha y huevo que se había preparado en esta oportunidad le traía lucidez para elaborar un nuevo plan.




- Eso de ser un enemigo del reino no me trajo buenos resultados - pensaba - De hecho, reconozco que fue una muy mala idea.
- Mi plan de infiltrarme en la fiesta fue casi un éxito. Estuve a metros de entrar al castillo. Casi pude saborear el triunfo, mas un pequeño descuido terminó por dejarme sin poder sentarme por varios días.
- Sólo me queda una oportunidad, y se trata de pedir una cita de comercio – Si Don Bruno entendía poco de guerras y fiestas reales, menos aún comprendía los gajes del comercio.
- Tendré que volver a disfrazarme y acercarme al castillo para averiguar un poco más del tema. Esta vez no cometeré más errores. ¡Voy a desarrollar el plan perfecto!

A la mañana siguiente, y con un disfraz completamente renovado, (compuesto por un sombrero de paja y una tupida barba desprolijamente pintada con carbón) Bruno se dirigió hacia la puerta del castillo en busca de información acerca de las citas comerciales con el Rey.

Al llegar, improvisó un exagerado y sobreactuado caminar, intentando demostrar seguridad y confianza. Así supuso Bruno que actuaría cualquier importante comerciante.

Además de la barba y el exagerado caminar, su nuevo disfraz iría acompañado de un lenguaje tan complicado y extravagante como incoherente, dado que había comprobado en la fiesta que eso le brindaba cierta ventaja al confundir al enemigo.

- Hola, mi talambante compañero. Soy el importante, impactante y laxante mercader Manolo Vendotodo. Me gustaría comerciar y paparruchear con el reino - Se presentó ante el guardia de turno que custodiaba la entrada, quien lo miró lentamente de arriba a abajo.
- Buenos días señor Vendetodo – lo saludó éste, serio y con firmeza - Le advierto que, debido a recientes incidentes transcurridos en la última fiesta real, los servidores del Rey tenemos órdenes de apresar a todo aquel que utilice palabras complicadas para comunicarse con nosotros.

- Ups… -  se preocupó el supuesto comerciante - Me parece que acabo de provocar el inicio del decaimiento del lenguaje
- ¿Cómo dijo?
- Que, si acá hay viento, me voy de viaje - se corrigió enseguida, antes de caer preso por su vocabulario.
- ¿Y qué es lo que quiere comerciar con el reino precisamente, señor Vendotodo? – volvió el guardia al tema original de la conversación.

Una vez más, y como de costumbre, la pregunta del guardia lo había tomado por sorpresa. Después de todo se había acercado al castillo en busca de información, sin más ideas que su disfraz y su inútil vocabulario extravagante.

- emmm… Tengo baldes. Muchos baldes - contestó orgulloso.
- Al reino no le hacen falta baldes por el momento. Muchas gracias por acercarse - Lo despidió el guardia y retomó su postura de estatua. Pero Manolo Vendotodo no se rendía tan fácilmente.
- ¡Momento! También tengo muebles viejos.
- No precisamos, gracias.
- ¿Y algunos no tan viejos?
- No
- ¿Calzones? - siguió insistiendo Bruno.
- No
- ¿Pantuflas de osito?
- No
 -Parece usted un disco rayado.
- ¿Cómo dijo?
- Si le apetece a usted queso rallado –
se corrigió Bruno
- No

Bruno hizo una pausa, porque sintió que se estaba quedando sin ideas, y la negociación parecía no avanzar mucho.

- ¿Pero cómo es que sabe usted lo que el castillo necesita y lo que no? - le preguntó desconcertado al guardia - Ni siquiera entró a preguntar
-Lo que ofrece usted, señor Vendetodo, no son productos de comercio tradicionales, De todas formas poseo un listado de algunos artículos que el castillo necesita
-  le informó el guardia, señalando un pergamino que mantenía escondido en una bolsa de tela que llevaba colgada en su hombro - justamente para casos como éste.
-mm... ya veo - asintió Bruno, pensativo, frunciendo el entrecejo y rascándose el mentón - ¿Puedo ver esa lista?
-No
-Por favor....
-No
-Porfis....
-No

El supuesto vendedor se tomó nuevamente unos segundos para analizar la situación, la cual no parecía estar rindiendo muchos frutos.

- Tengo que hacerme de ese listado, de alguna forma. Cueste lo que cueste - pensó.
- Bueno, muchas gracias por su ayuda, caballero, que tenga usted un excelente día - se despidió Bruno desilusionado por la poca predisposición del guardia para ayudarlo a lograr su objetivo, aunque ansioso por volver a su hogar y buscar la manera de obtener ese pergamino.
- Pase usted y eche un vistazo al letrero de bienvenida que el castillo a colocado para los visitantes – le recomendó el guardia al disfrazado Bruno, quien hizo caso omiso de aquellas palabras y se retiró lentamente.
- ¿De que me sirve a mi una bienvenida si no me van a dejar entrar a tomar el castillo? – pensó el herrero mientras se alejaba de la fortaleza

Una vez de vuelta en el hogar, el señor Peperulo se preparó una ensalada de huevo, un fresco jugo de remolacha, y enseguida se puso a dar vueltas y vueltas a la espera de que las brillantes ideas se hagan presentes. Y, a decir verdad, las mismas no se hicieron esperar.

Entre todos los cachivaches que Don Bruno guardaba en su casa, mientras daba vueltas se topó con una vieja caña de pescar, obsequio de su padre, el cual venía acompañado como siempre de sabias palabras y emotivos recuerdos.

"Bruno, hijo mío - recordó el herrero las palabras de Don Evaristo Peperulo - Has cumplido ya doce años, y creo que es momento que te enseñe dos cosas que te serán muy útiles en la vida. Hoy aprenderás a pescar, para que nunca falte el alimento en tu mesa, y a dejar los pañales, para que puedas moverte cómodo y te sientas más libre"

Al tomar la caña, no sólo recordó aquel hermoso momento, sino que también obtuvo una idea.
Con algo de práctica, y desde un lejano y seguro escondite, podría pescar el pergamino que el guardia llevaba en su bolsa. Si bien el plan tenía sus riesgos, en el poco probable caso de ser descubierto podría simplemente soltar la caña y salir corriendo o esconderse.
El plan parecía ser aprueba de fallos. Sólo restaba buscar ése perfecto escondite, y para eso, le fue de ayuda otro sabio concejo de Don Evaristo.

"Hijo mío - parecía siempre comenzar sus frases - siempre recuerda mis palabras. Si en algún momento debes esconderte de algún guardia real, por ser descubierto al intentar robarle con mi caña de pescar un pergamino con información ultra secreta, por poner un ejemplo cualquiera, un árbol siempre resulta ser un buen escondite."

Lejos de pensar en treparse a un árbol y ocultarse entre el ramaje y las hojas de la copa, lo cual pareciera ser una buena idea, bajo el efecto del jugo de remolacha y como si compitiese por el trofeo a la idea más disparatada, Don Bruno interpretó el concejo de su padre como pudo.

- ¡Lo tengo! ¡Voy a disfrazarme de árbol! ¡De esa forma podré acercarme al guardia sin ser visto, y tomar el pergamino!

Al parecer, tantos golpes le estaban aflojando los tornillos al buen Bruno, pues su idea parecía ser algo descabellada. Mas el herrero estaba dispuesto a intentarlo todo con tal de lograr su propósito.
Desde la idea más brillante hasta el plan más ridículo.

Y así fue como esa misma tarde salió al bosque en busca de materiales para su disfraz.
Juntó ramitas, hojas, cortezas, y hasta algunos frutos, y con mucha paciencia se elaboró un original disfraz de árbol. El mismo resulto ser el disfraz más disparatado que se haya visto jamás. Su horripilante vestido de fiesta había resultado una obra de arte al lado de este nuevo mamarracho.
 Más que un árbol del bosque parecía un espantapájaros alcanzado por la furia de un tornado, o un muñeco de madera atropellado por una estampida de toros.

- Me parece que con este disfraz no voy a engañar ni a un sonámbulo - pensó, y con mucha razón.
Desilusionado miró a su alrededor en busca de nuevas ideas, pero nada parecía servirle de ayuda.

- Si tan sólo tuviese aquí mi fuente de inspiración. Necesitaría ahora mismo un rico huevo duro con jugo de remolacha. O remolacha dura con jugo de huevo, o una remolacha ahuevada con jugo duro, o un huevo relleno de remolacha con...

Y entonces se encendió esa antorchita de ideas que no paraba de elaborar planes cada vez más alocados.

- ¡Santos Huevos Rellenos! ¿Qué tal si en lugar de disfrazarme de árbol, el árbol estuviese relleno de mí?

En ese momento ni el mismísimo Bruno entendía sus extraños pensamientos pero, aunque no lo pareciera, un nuevo plan estaba en desarrollo.

- ¡Claro! ¡Un árbol relleno de mí! Sólo tendría que talar un árbol, quitarle el relleno, ahuecarlo, y entonces podría yo esconderme dentro de él. ¡Y así obtendría el más perfecto disfraz de árbol de la historia!



Sin perder un segundo más de valioso tiempo, fue a su hogar en busca de un hacha, luego de vuelta al bosque, y allí buscó el árbol más adecuado para ahuecar y enseguida comenzó a talarlo.

No habían pasado ni cinco hachazos, que de entre los árboles y arbustos del bosque, por un caminito de piedras, un niño apareció saltando y cantando. Al verlo al señor Bruno trabajando con el hacha, se detuvo a su lado a contemplarlo.





- Hola - saludó inocentemente el niño al cabo de unos minutos de verlo sacudirle hachazos al pobre árbol.
- Hola - le respondió el herrero, sin mucha más conversación.

Se oyeron algunos hachazos más hasta que el niño volvió a romper el silencio.

- ¿Qué está usted haciendo, señor?

Con los brazos cansados, Don Peperulo hizo una pausa, apoyó el hacha en el suelo y miró al niño.

- ¿No tienes nada mejor que hacer niño? La verdad es que estoy muy ocupado.

El pequeño respondió moviendo la cabeza de un lado a otro.

- ¿Está cortando el árbol, señor? - preguntó luego.
- Noooo. Resulta ser, pequeño infante, que el bosque le está dando arbolazos a mi hacha - Le respondió Bruno al niño, esperando que éste lo dejara trabajar tranquilo, y prosiguió luego con su tarea.
- A mi me parece que se encuentra usted tratando de cortar ese árbol - insistió el pequeño, pero Bruno decidió ignorarlo para concentrarse en su trabajo.
- Si, si. Qué bueno, qué bueno - Le respondió sin darle mucha importancia a sus palabras.
- Le voy a contar a mi mamá lo que usted está haciendo - amenazó el niño, recibiendo la misma o inclusive menos atención que antes.
- Muy bien niño, muy bien. Me alegro mucho - fue la respuesta del señor Peperulo.


Entonces luego de algunos hachazos más, así como había llegado, el niño prosiguió su camino saltando y cantando, desapareciendo en la espesura del bosque.

-Ay, ay, ay. Estos pequeños, con sus juegos y sus preguntas, ¿Quién sabe qué inocente travesura estará planeando? – se preguntó el herrero.

No pasaron ni cinco minutos de aquel episodio, que un grupo de diez o quince señoras, al grito de "¡Salven al bosque!" Y "¡Cuidemos el planeta!", todas ellas armadas con carteras medievales, repasadores, cucharones de madera, palos de amasar y otras peligrosas armas caseras, rodearon tan rápidamente al distraído Bruno que éste no tuvo tiempo de entender lo que sucedía.

- ¿Que pasa señoritas? ¿No tienen nada que hacer? ¿Algo que barrer o cocinar? Estoy muy ocupado ahora - Protestó Bruno, enfureciendo aún más al grupo de señoras.
- ¿Tiene usted permiso para talar en el bosque, señor? - preguntó quien  parecía ser la mayor del grupo, mientras le propinaba un repasadorazo en la oreja.
- ¡Señora, por favor! ¿Por qué no se va a enderezar bananas y me deja trabajar tranquilo? - se quejó Don Bruno, quien comprendió que aquel inocente joven se había encargado de denunciarlo ante aquel alborotado grupo de damas
- ¡No tiene permiso! - gritó otra señora, quien tomó su palo de amasar y le amasó el coco de un palazo.
- ¡Señoras, por favor! ¡Estoy trabajando!
- Si no deja de talar ese árbol ya mismo, voy a llamar al guarda parques real ¡Y él se va a ocupar de usted!

La verdad era que Bruno no tenía el gusto de conocer al tal guarda parques, pero de seguro se trataba de otro gigante de esos de los que se estaba acostumbrando a recibir palizas.

- ¡No, no! ¡Es que ustedes no entienden! - se apresuró a detenerlas, mientras miles de ideas corrían por su cabeza para intentar salir de aquel embrollo sin más chichones.
- Es que quiero construir un.... un... ¡Un comedor para niños!
- Para eso necesita permiso del Rey, señor - Le informó la señora con el cucharón de madera.
- Pero.... es el comedor de.... ¡De una iglesia!
- También necesita permiso del Rey para eso – se le notificó.
- Pero.... la iglesia es... es... ¡Para otro reino! – Con sus improvisadas excusas, Don Bruno no sabía si estaba realmente defendiéndose o se enterraba aún más.
- ¡Pero los árboles que está talando son de éste! - Se quejó una señora que llevaba una escoba.
- ¡Se acabó! – terminó abruptamente la conversación la señora con el palo de amasar - ¡Vamos a informarle al guarda parques!

Tras aquellas palabras, el grupo de señoras dio la vuelta y comenzó a marchar hacia la casa del cuidador del bosque.

- ¡Esperen! - gritó Bruno desesperado - No quería decir nada al respecto, pero... el rey no puede saber de esto porque... porque...
- ¿Por qué? - le preguntaron al unísono las intrigadas señoras.
- ¡Porque es una sorpresa! - Una vez más, las ideas de Bruno lo habían salvado en el último segundo, aunque eso significara más problemas en el futuro.
- ¿Es acaso un regalo para su cumpleaños? - Preguntó la más corpulenta de las mujeres, emocionada y entusiasmada con la noticia.
- Eh… Si, si... Claro que sí. Se trata de un obsequio para cumpleaños - respondió el señor Peperulo, aliviado de haber resuelto el problema.
- ¡Qué emoción! – exclamó la señora con la escoba - Yo soy miembro del comité de fiestas reales ¡Y ya quiero saber de qué se trata esa sorpresa!
- ¡En cuanto lo tenga terminado se lo muestro! - replicó el enemigo del reino, simulando la misma emoción y entusiasmo que parecía tener la organizadora de fiestas, aunque lamentándose por verse nuevamente envuelto en aquellas locas y peligrosas fiestas reales.
- Y… ¿Cuándo cumple el rey? - Preguntó luego, para terminar de entender en qué problema se estaba metiendo. Al sospechar que el desautorizado leñador se encontraba mintiendo acerca del regalo, la corpulenta organizadora preparó instantáneamente un escobazo para noquear al señor Peperulo.

- ¡Perdón, perdón! - se disculpó Bruno por su pregunta para evitar la golpiza – Sucede que, por tanta emoción ante semejante evento, perdí la noción del tiempo.
La señora entonces bajó su escoba, y nuevamente con entusiasmo le respondió
- Faltan exactamente diez días para el cumpleaños del Rey.
Don Bruno no emitió sonido alguno, mientras intentaba resolver cómo saldría de aquel nuevo aprieto al mismo tiempo que se preguntaba por qué tenía él sólo toda la mala suerte del reino.

- Bueno, estaremos esperando entonces noticias suyas. ¡Hasta luego! - se despidió la mujer con el palo de amasar, mientras el grupo entero desaparecía entre los árboles.

- ¡Lo que me faltaba! - Se quejó el desafortunado herrero – Como si no tuviese cosas que hacer, ahora también debo pensar en un obsequio para mi enemigo. Y el mismo debe ser bonito y debe estar hecho de madera, o sino este grupo de locas vendrá a buscarme de los pelos junto con el seguramente gigante, musculoso, amargado y malhumorado guarda parques.
- Debería entonces tomar el castillo antes de la mencionada ceremonia de cumpleaños – reflexionó al tomar nuevamente el hacha y seguir cortando el árbol - De esa manera, como nuevo Rey de Locordia, podría encargarles dicha tarea a mis nuevos súbditos reales.

Unos cuantos hachazos más adelante, el pequeño árbol fue finalmente derribado, desplomándose en el suelo.

- ¡Listo! - exclamó orgulloso, secándose el sudor del rostro – Ahora, a continuar con el plan. Debo apresurarme, pues me quedan tan solo diez días para apoderarme del castillo. ¡A trabajar!