En una lejana época, en un reino probablemente inexistente, casi de forma incomprobable, existió este inusual personaje quien supo ser fuente de interminables anécdotas y aventuras. Las mismas circulaban, en aquellos tiempos, de boca en boca, de pueblo en pueblo, de reino en reino, relatando las increíbles proezas y hazañas de Don Bruno Peperulo: Herrero del Reino de Locordia.
Hijo de Don Evaristo
Peperulo, éste personaje es disparatado, compulsivo, despistado y atolondrado,
aunque creativo y perseverante; Jamás aceptó un "no" como respuesta.
No se sabe a ciencia exacta, que tanto de estas historias se fue exagerando con el tiempo. Lo que si se sabe con seguridad, es que este legendario sujeto fue el protagonista de incontables relatos por parte de amorosos y dedicados padres hacia sus amados niños, quienes a la hora de conciliar el sueño, pedían, suplicaban, rogaban y hasta exigían conocer las aventuras del herrero más famoso de Locordia.
¿No lo creen?
Hagan la prueba.
Quedan invitados a compartir las andanzas de Don Bruno con sus hijos, hermanitos, primitos, sobrinitos, mascotas, amigos imaginarios... con quien quieran. Y que no quede allí. Sigan compartiendo estas épicas aventuras, para que el mundo entera conozca algún día al gran, al único, al despistado, bigotudo y zaparrastroso Don Bruno Peperulo
Conocé a los disparatados personajes nacidos en el mundo enHB. Cada uno con una loca aventura que contar. Unos en el presente, otros en el futuro, en el pasado, hasta en otras dimensiones. Poco a poco los vas a ir conociendo a todos. Pero hay algo que todos ellos tienen en común. Necesitan de tu ayuda. Seguí sus historias en sus blogs, canales, redes sociales. Compartí su relatos para que el mundo entero los conozca, y así, entre todos, podamos participar en sus increíbles aventuras. ¡ANIMATE!
miércoles, 25 de julio de 2018
Don Bruno Peperulo - Capítulo 1
- Capítulo 1 -
Era
una fría y oscura noche en la que fuertes relámpagos iluminaban el cielo
anunciando una gran tormenta. En su pequeño taller de herrería se hallaba
trabajando el señor Bruno Peperulo quien, aunque algo cansado, se encontraba
muy a gusto fabricando recipientes metálicos, ollas y baldes, que para su
orgullo, eran los más resistentes del reino de Locordia.
Su
tallercito estaba situado en algún rinconcito de los bosques más frondosos del
reino y se distinguía desde lejos por el humo que salía de su chimenea mientras
forjaba sus tachos en el gran horno. Este precario tallercito también integraba
su hogar. Contaba con una pequeña cocinita con una gran ventana que dejaba ver
una vasta arboleda y una más pequeñita en su habitación que daba al otro lado
del bosque.
Esa noche, cansado, sucio, hambriento y un
tanto acalorado de tanto trabajar, se tomó unos minutos para sentarse junto a
la ventanita, decidido a descansar, refrescarse y ver pasar la tormenta.
Fue entonces cuando vio a lo lejos, muy muy
lejos, muchas lucecitas encendidas sobre la cima de una colina. Se trataba ni
más ni menos que del castillo del reino, donde vivían el Rey Reinaldo Reinoso, su
familia, y centenares de ayudantes, colaboradores, asesores, soldados y
comerciantes. Al ver todo ese resplandor, el señor Peperulo pensó con
nostalgia: - Parece que esos haraganes se
encuentran de fiesta nuevamente-
Salió entonces del taller para observar el
panorama un poco más de cerca, y en el silencio de la noche, el fuerte viento
trajo consigo el sonido de música, ruidos y carcajadas, lo que confirmó sus
sospechas.
- ¡Otra
vez de fiesta! ¿Es que nadie trabaja en el castillo? ¡Cómo me gustaría llevar esa vida de lujo y
comodidades! -
Con esos pensamientos, recordó las sabias
palabras que alguna vez su padre, Don Evaristo Peperulo supo regalarle;
“Hijo
mío, nunca te saques los mocos en público. Queda muy feo”
Hombre sabio si los había. De todas formas,
no todo eran regaños, sino que también supo brindarle buenos consejos
“Hijo
mío - como solían comenzar sus recomendaciones - el esfuerzo siempre rinde frutos. Si te esfuerzas en la vida, podrás
lograr todo aquello que te propongas “
`Todo
lo que te propongas´ se quedó el herrero repitiendo. Como un sabueso
persiguiendo su rabo, aquellas últimas palabras daban vueltas y vueltas en su
cabeza, una y otra vez mientras contemplaba el castillo.
- Pues
yo me propongo esforzarme mucho y convertirme en el dueño de ese castillo. Ya
sea por las buenas o por las malas - se dijo a sí mismo.
El pobre Bruno, si bien era el mejor herrero
del reino, no era un hombre muy lúcido que digamos. Aunque al menos gozaba de
mucha imaginación y entusiasmo. Y como sabía que era el momento de poner en
marcha el ingenio, se retiró inmediatamente a descansar y pensar.
A la
mañana siguiente se levantó bien tempranito, como siempre, pero esta vez no se
quedó en su taller. Como sabía que su nueva meta requeriría de todo su ingenio,
se dirigió al pueblo para consultar a los campesinos como podía obtener mejor
rendimiento intelectual. Tras recibir concejo de varios de los lugareños más
cultos del reino, concluyó que una buena alimentación era la base de todo gran
emprendimiento. Después de todo, no se puede comenzar un importante proyecto
como el que tenía en mente con el estómago vacío. A su vez, su pequeño trabajo
de investigación lo llevó a confirmar que la remolacha y los huevos son los
alimentos que más ayudaban a la hora de elaborar buenas ideas, por lo que sin
perder un solo segundo compró una bolsa de cada uno de ellos.
Ansioso por descubrir como las ideas
desbordaban de su cabeza, al regresar a su humilde hogar se sentó sobre las
remolachas y uno a uno fue rompiendo los huevos sobre su cabeza, hasta que
efectivamente el ingenio se hizo presente.
- Quizás
deba empezar por el buen camino - se dijo - Siendo amable, sonriendo
y pidiendo “Por Favor”. ¡Así se consiguen las cosas! - otro sabio consejo
de Don Evaristo.
Así entonces, con paciencia, una gran
sonrisa, la cola llena de remolachas y el pelo bañado en huevo, se fue
caminando hasta el castillo.
Muy alegre atravesó el extenso bosque que lo
separaba de la fortaleza Real, mientras soñaba con los lujos que lo esperaban
una vez lograse su ambicioso propósito. A su paso y con mucho entusiasmo, el no
tan famoso herrero saludaba a los campesinos que iba cruzando en su camino,
quienes se encontraban sumergidos en sus respectivas rutinas y quehaceres
cotidianos.
Una vez llegado al final de la casi
interminable arboleda que debió cruzar para llegar a destino, se encontraba a
los pies de una gran colina, en cuya lejana cima se situaba el monumental y
legendario Castillo de Locordia.
Afortunadamente, la circulación por dicho
empinado camino se encontraba facilitado de algún modo por un sinuoso y ancho
camino por el que transitaban numerosos carruajes que parecían ir y venir del
castillo como hormigas de su hormiguero.
A mitad del camino, cansado pero esperanzado,
el herrero se topó con un gigantesco cartel de madera, en el que se daba la
bienvenida al castillo a todo aquel que se encontrase recorriendo el sendero.
Dicho mensaje le trasmitió mucho ánimo, necesario para completar el largo y
tedioso recorrido. Además de la bienvenida, el letrero contenía una gran
cantidad de información, anuncios, textos y listados que el exhausto Peperulo
no se detuvo a observar por la ansiedad de arribar a destino.
Al llegar finalmente a la cima se encontró
con una gran fosa que rodeaba al fuerte. Nunca antes se había acercado tanto a
aquella gigante fortaleza, por lo que se tomó un instante para admirar
fascinado sus grandes muros, altos como montañas, y sus elevadas torres que
parecían tocar el cielo.
Allí estaba, deslumbrado ante semejante obra arquitectónica, hasta que
dos grandes y corpulentos guardias con cascos, escudos y lanzas lo tomaron por
sorpresa.
- Buenos
días caballero – lo saludaron muy cortésmente - ¿En qué podemos ayudarle?
- Vengo
a ver al Rey – respondió Bruno muy seguro de sí mismo.
- ¿Por
qué asunto es señor?
- Es
que me gustaría mucho vivir en el castillo, y de ser posible y si no es mucha
molestia, adueñarme también de el - respondió Peperulo con amabilidad y la
gran sonrisa que tanto había ensayado.
Los guardias se miraron bastante
desconcertados. No podían entender si aquel pequeño hombrecito se encontraba
bromeando o se trataba simplemente de otro chiflado bajo los efectos del famoso
y potente vino medieval de Locordia.
- Me
temo que va a ser imposible señor, el Rey se encuentra muy ocupado por el
momento - le informaron los guardias
- ¿Ocupado?
¿ocupado con qué? ¿Qué se encuentra haciendo el Rey en este importante momento?
- preguntó Don Bruno, algo desconfiado y desilusionado por la respuesta
obtenida.
- Pues
reinando - contestaron los enormes
guardias, intercambiando su inicial cortesía por un tono serio y malhumorado - ¿Quién es usted y qué desea?
- Soy
Don Bruno Peperulo, el mejor herrero de este reino, y quiero ser el dueño del
castillo para que todos trabajen para mi
- No señor, eso no estaría permitido –
respondió un guardia, en un apreciable esfuerzo por mantener la calma ante
semejante desacato - ¿solicitó Ud. una audiencia?
- Yo no
vine a hablar de ciencia. ¡Quiero tomar el castillo! – se quejó Don
Peperulo desconcertado.
- No
señor. Necesito saber si pidió usted una entrevista - Con admirable
tolerancia, los guardias intentaban ayudar al pobre herrero a resolver su
inentendible dilema.
- Yo no
pedí ninguna revista ¿Sólo quiero ser el dueño del castillo! - respondió
Peperulo, un poco enojado por las pavadas que parecía ofrecerle el guardia.
- Señor,
quizás Ud. no me escuche correctamente. Le pregunto si alguien lo autorizó a
venir
- No,
yo no aterricé en ningún lado, vine caminando. ¿Acaso usted me vio cara de
gaviota?
Los guardias ya estaban a punto de perder la
paciencia, pero se contuvieron.
- Señor,
preste atención por favor y escúcheme bien. ¿Habló usted con alguna autoridad
del castillo antes de venir?
- ¡Ah!
No, no, vino yo solito, por mi propia cuenta
- Entonces
me temo que no lo puedo dejar pasar – le aclaró el guardia - ¿Quiere que le agende una cita?
- No
gracias, en realidad me gustan más las doncellas, pero me siento muy alagado de
todas formas -contestó Don Bruno un tanto sonrojado
- Me
refiero a que si desea usted que le reserve un turno para que pueda usted
hacerle llegar sus necesidades al Rey - Con admirable sosiego, los guardias
intentaban que el señor Peperulo se retirase lo más conforme posible.
- Ah,
si, si claro. Me gustaría mucho tener mantener una charla con Su Majestad por
favor - Don Bruno sintió con orgullo que, siguiendo los consejos de su
padre, su plan para conquistar el castillo iba por buen camino.
Una vez tranquilizados, los custodios reales
entendieron que el problema parecía estar encaminándose en una solución, por lo
que retornaron al agradable tono con el que comenzaron el diálogo, y
procedieron a tomarle algunos datos al herrero para finalizar el asunto.
- Le
pregunto entonces nuevamente, señor Peperulo, ¿Por qué motivo sería la
entrevista?
- Ya se
los he dicho. Me gustaría apoderarme del castillo, por favor - respondió
nuevamente con amabilidad, pero esta vez con firmeza y seriedad.
- Me
temo que ese no es un buen motivo para conseguir la entrevista, señor -
replicó uno de los guardias, tras un profundo suspiro, extrañado ante la
insistencia del extraño visitante.
- ¿Y
qué motivo me convendría elegir entonces para poder ver hablar con el Rey?
- Bueno,
las entrevistas del Rey suelen deberse a razones comerciales o sociales, señor.
Incluso los asuntos de guerra merecerían la atención de Su Majestad
- ¿Y
cuál sería un motivo comercial? – preguntó Don Bruno tras reflexionar por
un momento.
- Ese
sería el caso si usted deseara hacer negocios con el Rey o el reino -
contestó uno de los guardias
- Ajá.
¿Y los asuntos de guerras?
- Bueno,
como su nombre lo indica, sería el caso en el que usted deseara declararse en
guerra con el reino o incluso con los reinos vecinos, señor
- Ajá…
La Expresión de Don Bruno daba cuenta a los
guardias de que no entendía ni una sola palabra de lo que estaba escuchando.
- ¿Quiere
que le explique de que se tratan los asuntos sociales, señor? - Preguntó el
otro guardia, anticipando la inminente pregunta del herrero, con ánimo de
servirle de ayuda y terminar con el asunto.
- Si,
si, por favor - asintió Bruno, agradecido por la asistencia.
- Bueno,
por ejemplo, en unos días se realizará una fiesta en el castillo, en la que el
Rey concederá un baile a alguna doncella. A dicha fiesta asistirá un selecto
grupo de campesinos y lugareños. Para participar de tal evento, deberá usted
pedir una entrevista por asuntos sociales - explicó muy cortés y claramente
el guardia.
-Mm… la
verdad es que no me gusta mucho bailar - reflexionó Bruno en voz alta - ¿Qué motivo me recomendaría usted, si lo que
yo quisiera hacer fuese… no lo sé… digamos, por ejemplo… apoderarme del
castillo?
- En mi
humilde opinión, si planea hacerlo mediante una batalla, como las que suelen
desatarse durante las guerras, la entrevista debería ser por asuntos de guerra,
señor
Con cierto temor a malinterpretar las
verdaderas intenciones de aquel peculiar personaje, los guardias intentaron
guiar a Don Bruno para solucionar sus inquietudes lo más servicialmente
posible.
- Bueno
¡Eso me gusta! Entonces quiero pedir una entrevista con el Rey por asuntos de
guerra, por favor - Don Bruno sentía que su plan marchaba a la perfección.
- Perfecto.
Dígame señor Peperulo ¿Es acaso usted enemigo del reino? - Preguntó el
guardia, realmente intrigado.
- ¡No!
¡De ninguna manera! Bueno, al menos creo que no. ¿Por qué? ¿Debería serlo?
- Es lo
que se estila en estos casos, señor – le informaron los uniformados reales al
despistado herrero.
- Bueno,
entonces quiero eso también. Deseo ser enemigo del reino, por favor
El guardia, desorientado frente a tan inusual
petitorio, envió a su compañero en busca de unos papeles, quien regresó a los
pocos minutos junto al escribano de la corte. El mismo portaba, con elegancia y
excelente presencia, una prolija bolsa de tela, repleta de papiros y
pergaminos. Al llegar se dirigió directamente hacia el señor Peperulo y tomó de
la bolsa uno de los pergaminos. Luego extrajo de ella una delicada pluma, la
cual remojó con suavidad en un pequeño cuenco de madera con tinta en su
interior.
- Firme
por favor estos papiros en los que asegura ser un enemigo del Reino de Locordia
y de su Rey Reynaldo Reynoso, en adelante “El Reino”, y en los que acepta que
“el Reino” puede, por motivos económicos y/o administrativos, aunque no
limitado a ellos, realizar cambios en sus convenios bélicos sin obligación de
informarle, siendo su entera responsabilidad mantenerse al tanto de dichos
cambios.
Bruno tomó los papiros con cuidado, los leyó
atentamente y luego, con su mejor cara de disimulo, los firmó simulando haber
entendido algo y haber estado de acuerdo con lo que decían.
- ¿Listo?
¿Eso es todo? – preguntó el herrero, como si comprendiese lo que estaba haciendo,
tras lo que el escribano se dispuso a revisar que aquellos documentos se
encontrasen correctamente firmados.
- Todo
listo señor, es usted ahora un enemigo del reino. ¡Felicitaciones!
- Muchas
gracias buen hombre - le agradeció Don Bruno al escribano - Muchas gracias caballeros - agradeció
también a los guardias por su colaboración y asesoramiento.
- Por
nada señor, que tenga usted un muy buenos días - se despidieron los
colaboradores del Rey.
Bruno dio media vuelta y comenzó el regreso a
su hogar, muy conforme con el logro obtenido. Ahora sólo restaba hablar con el
Rey
- Mi
padre tenía razón - pensaba - Haciendo
todo con esfuerzo y dedicación, y sobre todo con una sonrisa, uno puede…
¡¡¡ENEMIGO A LA VISTA!!!
Escuchó gritar repentinamente Don Bruno sobre
sus espaldas, saltando del susto, descubriendo que un centenar de guardias
corrían hacia él a toda velocidad y miles de flechas provenientes de las torres
de la fortaleza estaban a metros de alcanzarlo.
- ¡Santas
bananas aplastadas! - exclamó al salir disparado del lugar, sin comprender
bien el lío en que se había metido – Pero…
¿Qué pasará con mi entrevista con el Rey? – se preguntaba al adentrarse en
el bosque, huyendo de los guardias y esquivando flechas.
Lamentablemente, el pobre herrero no era muy bueno a la hora de correr.
Nunca se había interesado por practicar deporte alguno, y fue por eso que, al
intentar escapar, esquivando flechas se pateó sus propios pies y se fue de
trompa al piso. Sus brazos y sus piernas se enredaron de tal forma que parecía
una pelota humana. Y así fue como, mientras rebotaba como loco, recibió un
terrible patadón por parte de un robusto guardia real, que lo hizo volar por
encima de unos manzanos hasta perderse entre la frondosa arboleda.
- ¡Ouch! - se quejó el herrero
volador, tras recuperarse de semejante porrazo.
- Quizás hacerse enemigo del reino
frente a aquellos fortachones no fue la mejor de las ideas - reflexionó una
vez de vuelta en su hogar, mientras observaba por su precaria ventanita cómo el
sol comenzaba a descender lentamente tras los árboles del bosque.
- Me parece que voy a descansar un poco por hoy. El día fue largo y
terminé un tanto dolorido, con algún que otro raspón, y al menos cuatro
chichones. Quizás una rica cena de remolacha con huevo, y unas horas de sueño,
me ayuden a despertar mañana con alguna nueva buena idea – se convenció a
sí mismo – O al menos mejor que la de hoy.
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