- Capítulo 3 -
Habiendo conseguido Don
Bruno la entrada para asistir al baile Real, su siguiente paso fue dirigirse al
pueblo en busca de un vestido para la ocasión. En el trascurso de dicha misión,
dos imprevistos surgieron: En primer lugar, salir a comprar ropa había
resultado la actividad más aburrida del mundo. No entendía como las doncellas
del pueblo lo hacían por gusto y no por estricta necesidad. El segundo problema
fue que no entendía absolutamente nada de ropa; Podían venderle tranquilamente
una cortina de baño o mismo un calzoncillo de rinoceronte que con mucha
confianza lo usaría en tan importante fiesta.
Con el afán de resolver
ambos inconvenientes, el herrero optó por conseguir algo de ayuda, pero fue
entonces cuando se topó con el tercer y peor contratiempo.
En una de las tantas tiendas reales de vestidos en la que realizaba su búsqueda, decidió pedir concejo a una hermosa dama que en ella se encontraba, tras lo que se arrepintió tanto como cuando se declaró enemigo del reino frente al mismísimo ejercito real.
La hermosa dama comenzó por martillarle las
neuronas con todas las preguntas habidas y por haber acerca de quién usaría tal
vestido; Que necesitaba saber su altura, su peso, sus medidas, su color de
pelos, ojos, cejas, uñas, pestañas y del ombligo. Que para poder aconsejarle
iba a necesitar su nombre y el motivo de la fiesta, porque resulta ser que no
es lo mismo asistir a una boda, que a un cumpleaños, un bautismo, unas bodas de
oro, plata, bronce, plástico, cartón o papel higiénico.
También necesitaba
saber si dicha fiesta se celebraría de día o de noche; De tardecita o mañanita;
Si sería su propia fiesta o sólo una invitada; Una invitada de honor o una más
del montón; Si una más del montón, o la invitaron para no quedar mal. Debía
aclarar también si pensaba asistir al evento o inventar alguna excusa para
evitarla; Si pretendía llamar la atención o pasar desapercibida, incluso si se trataba
de una fiesta de gala o en la invitación se aclaraba “elegante sport”
Fue por tantas
preguntas que, antes de proseguir con el interrogatorio, Don Bruno interrumpió
a la dama para acelerar el aburridísimo proceso de adquirir vestido.
- Sólo quiero un vestido para mi hermana, señorita. No
planeo ganar ningún concurso de disfraces, ni pasar los próximos dos años
eligiendo uno.
La dama lo miró
disgustada, pues sintió que su detallada y minuciosa ayuda estaban siendo
despreciadas. Aal notar esto, el señor Peperulo decidió disculparse, dado que
se dio cuenta que la ayuda le sería muy necesaria.
- Disculpe mi impaciencia señorita, es que se trata
solamente del baile real, y no creo que se le vaya a prestar demasiada atención
a dichos insignificantes detalles.
La dama quedó estupefacta. Su boca se desplomó como si su mandíbula se
hubiese desatornillado de golpe, y sus ojos se desorbitaron como si hubiesen
intentado saltar hacia el vacío. Ante semejante demostración de sorpresa, Don
Bruno se volteó aterrado imaginando que un gigante dragón se acercaba
velozmente para devorarlo.
- ¡¿Sólo el baile Real?! ¡¿Insignificantes detalles?! – exclamó la
doncella indignada. Acto seguido comenzó a recitarle de memoria, cual juglar
contando las proezas de un caballero, todos los vestidos usados en las últimas
diez fiestas Reales, y por quienes fueron utilizados; Los aciertos y
desaciertos; Los ridículos y los vanguardistas; Sus detalles y combinación con
zapatos, carteras y accesorios; Dónde fueron obtenidos y por quién fueron
confeccionados.
Al parecer, aquellas locas del
pueblo iban a acordarse de cada uno de los vestidos presentes en la ceremonia:
Quién lo compró, en dónde y qué día; Y eso no era bueno para el plan de Don
Bruno. Su intención era pasar desapercibido durante la fiesta para poder
escabullirse dentro del castillo en el momento más oportuno, y no iba a poder
hacerlo si su vestido era ostentoso y llamativo. De modo que en aquel momento
decidió asistir al evento con un atuendo sencillo. Diseñado y elaborado por sí
mismo. Por eso, sin perder un segundo más, Don Bruno agradeció la amable y
abrumadora ayuda de aquella dama, y se retiró hacia su alejado hogar.
Inmediatamente comenzó a idear su vestuario. Entusiasmado por la
importancia del vestido para su plan, Don Bruno sintió haber nacido para la
tarea. Las ideas brotaban como ronchas durante una invasión de mosquitos. No
veía la hora de confeccionar su diseño y vestirlo en tan importante
acontecimiento. Finalmente, tras un par de horas de diseño y orgulloso de su
trabajo, se dirigió nuevamente al pueblo en busca de telas, hilos, agujas y
tijeras, y luego de vuelta al hogar donde se puso manos a la obra.
Aquel que se encontraba
experimentando era un mundo totalmente nuevo, en el que comenzaba a hacerse
notar la falta de experiencia. Después de cocerse la tela a lo dedos, los
pantalones a la mesa, la tela a su bigote y los dedos al asiento, logró
finalmente que su vestido quedara idéntico al diseño. Evidentemente los
trabajos manuales eran su fuerte, aunque lamentablemente, no así el diseño. El
vestido que había dibujado era horripilante, y así también el fabricado. Dos
horrendas gotas de agua.
- ¡Me quedó hermoso! - exclamó equivocadísimo, y sin más preámbulos se lo probó, se miró al espejo, y se admiró del excelente trabajo realizado.
Faltaban tan sólo algunas semanas para que el reino presenciara el mamarracho más grande en la historia de los bailes reales, y por qué no, en la historia del mismísimo reino, y Don Bruno aguardaba impacientemente, repasando una y otra vez su rebuscado, complicado y maléfico plan para tomar el castillo.
Paso 1, entrar al baile real.
Paso 2, esconderse en el castillo.
Paso 3, por la noche, mientas todos duermen, tomar el castillo.
Con cada etapa del plan estudiada y recontra estudiada, no había
posibilidad de fallar.
Luego de caminar por las paredes con impaciencia durante unos días,
probarse zapatos y más zapatos, practicar distintos pasos de baile con la
escoba, con el palo de amasar y con las remolachas y comerse las uñas hasta los
nudillos por los nervios, llegó finalmente el tan esperado día. Don Peperulo se
encontraba desde muy temprano disfrazado de doncella, con su entada en mano,
sentado frente a la puerta de su hogar, hasta que el destartalado reloj del
comedor dio las ocho de la noche, dando comienzo de esa manera, a su
descabellado plan.
Orgulloso de su vestido y del plan en general, el disparatado señor
Bruno marchó hacía el castillo luciendo una envidiable sonrisa. A medida que se
iba acercando a la fortaleza, la cantidad de personas y familias que caminaban
hacia el mismo destino crecía notoriamente. Mientras más comentarios y
especulaciones escuchaba acerca de lo que aquella fiesta prometía ser, el
chiflado herrero sólo podía pensar en la satisfacción que sentiría al
apoderarse de todo, y de las comodidades, lujos y riquezas que lo acompañarían.
Entonces se asomó en el horizonte la torre más alta del castillo, y tras
ella, un montón de lucecitas de colores indicaban que el ambiente festivo ya se
había instalado en los alrededores del mismo. Minutos más adelante, se
encontraba oyendo los primeros acordes de la orquesta real, que con su alegre
música daba la bienvenida a los invitados.
La amabilidad de la gente del pueblo y su buena predisposición
completaban aquel momento único e histórico en el que Don Bruno no cabía en sí
de los nervios y la emoción. Pero la primera desilusión no tardó en llegar. Al
arribar a su destino, el señor Peperulo se encontró con una gran multitud
reunida a la intemperie, y calculó entonces que el tan ansiado baile parecía
estar llevándose a cabo en las afueras del castillo, derrumbando por completo
su improvisado plan.
- Probablemente, toda esa gente se encuentre reunida allí afuera para poder entrar más tarde - pensó con bastante optimismo.
- De todas formas, de celebrarse el baile en las afueras, pueda escabullirme junto a algún mozo, y así entrar al castillo - continuó elaborando nuevas teorías y posibilidades para llevar a cabo su misión.
- O quizás esto sea simplemente una mala idea y debiera abortar ya mismo toda esta locura antes de salir lastimado - recapacitó al ver que las puertas se encontraban completamente cerradas y que miles de gigantes y corpulentos guardias custodiaban el lugar con aspecto serio y peligroso; todos ellos armados con afiladas espadas, lanzas y pesados escudos.
- Si. Quizás huir mientras pueda sería una buena opción - terminó de convencerse segundos antes que un alborotado grupo de charlatanas y engalanadas señoras lo atropellasen como si no estuviese allí, arrastrándolo hacia la concurrida fiesta mientras despistadamente parloteaban acerca de banquetes de gala, príncipes, princesas y todos sus chimentos.
Mientras el pobre les suplicaba que se detuviesen, las irritantes y
parlanchinas señoras remolcaron a Peperulo hasta la fiesta, donde fue
interceptado por uno de los musculosos guardias antes que pudiese salir
corriendo.
- Buenas noches señorita,
¿Tiene usted entrada para el baile?
Desorientado por su accidental y desafortunada entrada, Bruno había
olvidado que se encontraba disfrazado de doncella.
- ¿Quién, yo?
- Si, usted.
Le tomó algunos segundos recordar su plan, y otros más planear la forma de cancelarlo y escapar sin armar demasiado alboroto; pero la situación lo había tomado por sorpresa y ninguna buena idea surgió a tiempo.
- Necesito saber su nombre y preciso ver su entrada señorita. Detrás suyo hay más doncellas que desean pasar y no deseamos hacerlas esperar, ¿Verdad?
Lo que menos deseaba Bruno en aquel momento era hacer enojar al guardia, quien ya de por sí, no tenía cara de estar buscando nuevos amigos.
- Mi nombre es Bruna Peperipistópulas, buen hombre, y aquí le muestro mi invitación - Le respondió de muy buena manera y con educación, mientras desplegaba frente al guardia su entrada.
El mismo la observó con detenimiento, y desconfianza, así como al disfrazado herrero, en lo que un nuevo gigante de armadura, de esos que custodiaban el castillo y parecían disfrutar de incomodar al señor Peperulo, decidió participar del control de invitados.
- Buenas noches, damas y caballeros, vengo a brindar mi ayuda para agilizar la entrada de los invitados - Se presentó - ¿Todo en orden por aquí?
- Si, si. Todo muy bien caballero - se apresuró Bruno a tranquilizarlo, aunque sin mucho éxito.
- Le agradecería que guarde silencio señorita. Me dirigía a mi colega, no a usted. Nos encontramos haciendo todo lo posible para que el ingreso de los invitados sea tanto rápido como seguro para todos. Por favor guarde la calma. - Respondió cortésmente el nuevo y malhumorado guardia.
- Pero yo no quise... - Bruno intentó disculparse para relajar la conversación, pero se encontraba lejos de eso.
- Cálmese señorita, le ruego tenga usted paciencia - insistió el guardia - Debemos tomar todas las precauciones, dado que se rumorea la presencia de un intruso en la fiesta.
Tras aquel comentario, Peperulo se esforzaba tanto para evitar a los guardias como para disimular su preocupación.
- ¿Pasa algo aquí? - Preguntó un tercer monumento de músculos con armadura que por allí pasaba.
- Por favor, no otra vez - pensó
alarmado el pobre Bruno, mientras el sudor comenzaba a descender por su rostro - ¿Por qué les gustará tanto amontonarse
alrededor mío a estos gorilas?
- Aquí me encontraba solicitándole su entrada a la señorita, cuando comenzó repentinamente a alborotarse por las demoras, señor - Explicó el primer guardia.
- Pero yo no… - Bruno intentó
defenderse pero fue abruptamente interrumpido por el recién llegado, quien,
afortunadamente, tenía intenciones de ayudar a calmar los ánimos.
- Bueno, antes que nada, vamos a tranquilizarnos, y a tratar de solucionar el problema. ¿Cómo podríamos agilizar el proceso?
-Si me lo permiten… - comentó
Bruno, en un intento desesperado, aunque cordial, de terminar cuanto antes el
acumulamiento de guardias a su alrededor- …
yo creo que si en lugar de dedicarse todos a mirar mi invitación, se
dispersaran un poco y dedicasen a atender a otros invitados, todo este proceso
podría agilizarse al instante.
Pero entonces Don Bruno se dio cuenta que aquel comentario había sido un tanto desafortunado, y lo notó al ver la mirada furiosa de los tres gigantes custodios reales voltear lentamente hacia su minúscula e intimidable persona.
- ¿Acaso nos estás diciendo cómo hacer nuestro trabajo? - Le preguntó el tercer guardia, perdiendo cualquier rastro de amabilidad, quien luego se le acercó y se detuvo tan encima de él, que hasta tuvo que dar un paso hacia atrás e inclinar la cabeza completamente hacia arriba para poder ver al guardia a los ojos.
“En su próxima pestañeo salgo corriendo y no me ven ni la sombra” - pensó Bruno, inundado de miedo.
- Hágame el favor de pasar – le pidió el guardia resignado y de mala gana - y procure no volver a faltarle el respeto a ningún otro guardia, por favor. Que pase usted una bonita velada.
El hombre se tomó la frente con impaciencia, tratando de entender qué hacía una doncella tan rara en aquella elegante fiesta, pero dejó pasar al disfrazado herrero quien suspiró profundamente recobrando el aliento perdido. Unos metros más adelante un sirviente Real le tomó su abrigo y su cartera medieval, para que pudiese estar más cómodo en el salón durante la fiesta.