lunes, 13 de agosto de 2018

Don Bruno Peperulo - Capítulo 3


- Capítulo 3 -

Habiendo conseguido Don Bruno la entrada para asistir al baile Real, su siguiente paso fue dirigirse al pueblo en busca de un vestido para la ocasión. En el trascurso de dicha misión, dos imprevistos surgieron: En primer lugar, salir a comprar ropa había resultado la actividad más aburrida del mundo. No entendía como las doncellas del pueblo lo hacían por gusto y no por estricta necesidad. El segundo problema fue que no entendía absolutamente nada de ropa; Podían venderle tranquilamente una cortina de baño o mismo un calzoncillo de rinoceronte que con mucha confianza lo usaría en tan importante fiesta.
Con el afán de resolver ambos inconvenientes, el herrero optó por conseguir algo de ayuda, pero fue entonces cuando se topó con el tercer y peor contratiempo.

En una de las tantas tiendas reales de vestidos en la que realizaba su búsqueda, decidió pedir concejo a una hermosa dama que en ella se encontraba, tras lo que se arrepintió tanto como cuando se declaró enemigo del reino frente al mismísimo ejercito real.

 La hermosa dama comenzó por martillarle las neuronas con todas las preguntas habidas y por haber acerca de quién usaría tal vestido; Que necesitaba saber su altura, su peso, sus medidas, su color de pelos, ojos, cejas, uñas, pestañas y del ombligo. Que para poder aconsejarle iba a necesitar su nombre y el motivo de la fiesta, porque resulta ser que no es lo mismo asistir a una boda, que a un cumpleaños, un bautismo, unas bodas de oro, plata, bronce, plástico, cartón o papel higiénico.

También necesitaba saber si dicha fiesta se celebraría de día o de noche; De tardecita o mañanita; Si sería su propia fiesta o sólo una invitada; Una invitada de honor o una más del montón; Si una más del montón, o la invitaron para no quedar mal. Debía aclarar también si pensaba asistir al evento o inventar alguna excusa para evitarla; Si pretendía llamar la atención o pasar desapercibida, incluso si se trataba de una fiesta de gala o en la invitación se aclaraba “elegante sport”
Fue por tantas preguntas que, antes de proseguir con el interrogatorio, Don Bruno interrumpió a la dama para acelerar el aburridísimo proceso de adquirir vestido.

- Sólo quiero un vestido para mi hermana, señorita. No planeo ganar ningún concurso de disfraces, ni pasar los próximos dos años eligiendo uno.

La dama lo miró disgustada, pues sintió que su detallada y minuciosa ayuda estaban siendo despreciadas. Aal notar esto, el señor Peperulo decidió disculparse, dado que se dio cuenta que la ayuda le sería muy necesaria.

- Disculpe mi impaciencia señorita, es que se trata solamente del baile real, y no creo que se le vaya a prestar demasiada atención a dichos insignificantes detalles.

La dama quedó estupefacta. Su boca se desplomó como si su mandíbula se hubiese desatornillado de golpe, y sus ojos se desorbitaron como si hubiesen intentado saltar hacia el vacío. Ante semejante demostración de sorpresa, Don Bruno se volteó aterrado imaginando que un gigante dragón se acercaba velozmente para devorarlo.

- ¡¿Sólo el baile Real?! ¡¿Insignificantes detalles?! – exclamó la doncella indignada. Acto seguido comenzó a recitarle de memoria, cual juglar contando las proezas de un caballero, todos los vestidos usados en las últimas diez fiestas Reales, y por quienes fueron utilizados; Los aciertos y desaciertos; Los ridículos y los vanguardistas; Sus detalles y combinación con zapatos, carteras y accesorios; Dónde fueron obtenidos y por quién fueron confeccionados.
 Al parecer, aquellas locas del pueblo iban a acordarse de cada uno de los vestidos presentes en la ceremonia: Quién lo compró, en dónde y qué día; Y eso no era bueno para el plan de Don Bruno. Su intención era pasar desapercibido durante la fiesta para poder escabullirse dentro del castillo en el momento más oportuno, y no iba a poder hacerlo si su vestido era ostentoso y llamativo. De modo que en aquel momento decidió asistir al evento con un atuendo sencillo. Diseñado y elaborado por sí mismo. Por eso, sin perder un segundo más, Don Bruno agradeció la amable y abrumadora ayuda de aquella dama, y se retiró hacia su alejado hogar.

Inmediatamente comenzó a idear su vestuario. Entusiasmado por la importancia del vestido para su plan, Don Bruno sintió haber nacido para la tarea. Las ideas brotaban como ronchas durante una invasión de mosquitos. No veía la hora de confeccionar su diseño y vestirlo en tan importante acontecimiento. Finalmente, tras un par de horas de diseño y orgulloso de su trabajo, se dirigió nuevamente al pueblo en busca de telas, hilos, agujas y tijeras, y luego de vuelta al hogar donde se puso manos a la obra.

 Aquel que se encontraba experimentando era un mundo totalmente nuevo, en el que comenzaba a hacerse notar la falta de experiencia. Después de cocerse la tela a lo dedos, los pantalones a la mesa, la tela a su bigote y los dedos al asiento, logró finalmente que su vestido quedara idéntico al diseño. Evidentemente los trabajos manuales eran su fuerte, aunque lamentablemente, no así el diseño. El vestido que había dibujado era horripilante, y así también el fabricado. Dos horrendas gotas de agua.

- ¡Me quedó hermoso! - exclamó equivocadísimo, y sin más preámbulos se lo probó, se miró al espejo, y se admiró del excelente trabajo realizado.

Faltaban tan sólo algunas semanas para que el reino presenciara el mamarracho más grande en la historia de los bailes reales, y por qué no, en la historia del mismísimo reino, y Don Bruno aguardaba impacientemente, repasando una y otra vez su rebuscado, complicado y maléfico plan para tomar el castillo.

Paso 1, entrar al baile real.
Paso 2, esconderse en el castillo.
Paso 3, por la noche, mientas todos duermen, tomar el castillo.

Con cada etapa del plan estudiada y recontra estudiada, no había posibilidad de fallar.

Luego de caminar por las paredes con impaciencia durante unos días, probarse zapatos y más zapatos, practicar distintos pasos de baile con la escoba, con el palo de amasar y con las remolachas y comerse las uñas hasta los nudillos por los nervios, llegó finalmente el tan esperado día. Don Peperulo se encontraba desde muy temprano disfrazado de doncella, con su entada en mano, sentado frente a la puerta de su hogar, hasta que el destartalado reloj del comedor dio las ocho de la noche, dando comienzo de esa manera, a su descabellado plan.

Orgulloso de su vestido y del plan en general, el disparatado señor Bruno marchó hacía el castillo luciendo una envidiable sonrisa. A medida que se iba acercando a la fortaleza, la cantidad de personas y familias que caminaban hacia el mismo destino crecía notoriamente. Mientras más comentarios y especulaciones escuchaba acerca de lo que aquella fiesta prometía ser, el chiflado herrero sólo podía pensar en la satisfacción que sentiría al apoderarse de todo, y de las comodidades, lujos y riquezas que lo acompañarían.

Entonces se asomó en el horizonte la torre más alta del castillo, y tras ella, un montón de lucecitas de colores indicaban que el ambiente festivo ya se había instalado en los alrededores del mismo. Minutos más adelante, se encontraba oyendo los primeros acordes de la orquesta real, que con su alegre música daba la bienvenida a los invitados.

La amabilidad de la gente del pueblo y su buena predisposición completaban aquel momento único e histórico en el que Don Bruno no cabía en sí de los nervios y la emoción. Pero la primera desilusión no tardó en llegar. Al arribar a su destino, el señor Peperulo se encontró con una gran multitud reunida a la intemperie, y calculó entonces que el tan ansiado baile parecía estar llevándose a cabo en las afueras del castillo, derrumbando por completo su improvisado plan.

- Probablemente, toda esa gente se encuentre reunida allí afuera para poder entrar más tarde - pensó con bastante optimismo.
- De todas formas, de celebrarse el baile en las afueras, pueda escabullirme junto a algún mozo, y así entrar al castillo - continuó elaborando nuevas teorías y posibilidades para llevar a cabo su misión.
- O quizás esto sea simplemente una mala idea y debiera abortar ya mismo toda esta locura antes de salir lastimado - recapacitó al ver que las puertas se encontraban completamente cerradas y que miles de gigantes y corpulentos guardias custodiaban el lugar con aspecto serio y peligroso; todos ellos armados con afiladas espadas, lanzas y pesados escudos.

- Si. Quizás huir mientras pueda sería una buena opción - terminó de convencerse segundos antes que un alborotado grupo de charlatanas y engalanadas señoras lo atropellasen como si no estuviese allí, arrastrándolo hacia la concurrida fiesta mientras despistadamente parloteaban acerca de banquetes de gala, príncipes, princesas y todos sus chimentos.

Mientras el pobre les suplicaba que se detuviesen, las irritantes y parlanchinas señoras remolcaron a Peperulo hasta la fiesta, donde fue interceptado por uno de los musculosos guardias antes que pudiese salir corriendo.

- Buenas noches señorita, ¿Tiene usted entrada para el baile?

Desorientado por su accidental y desafortunada entrada, Bruno había olvidado que se encontraba disfrazado de doncella.


- ¿Quién, yo?


- Si, usted.

Le tomó algunos segundos recordar su plan, y otros más planear la forma de cancelarlo y escapar sin armar demasiado alboroto; pero la situación lo había tomado por sorpresa y ninguna buena idea surgió a tiempo.

- Necesito saber su nombre y preciso ver su entrada señorita. Detrás suyo hay más doncellas que desean pasar y no deseamos hacerlas esperar, ¿Verdad?

Lo que menos deseaba Bruno en aquel momento era hacer enojar al guardia, quien ya de por sí, no tenía cara de estar buscando nuevos amigos.

- Mi nombre es Bruna Peperipistópulas, buen hombre, y aquí le muestro mi invitación - Le respondió de muy buena manera y con educación, mientras desplegaba frente al guardia su entrada.

El mismo la observó con detenimiento, y desconfianza, así como al disfrazado herrero, en lo que un nuevo gigante de armadura, de esos que custodiaban el castillo y parecían disfrutar de incomodar al señor Peperulo, decidió participar del control de invitados.

- Buenas noches, damas y caballeros, vengo a brindar mi ayuda para agilizar la entrada de los invitados - Se presentó - ¿Todo en orden por aquí?
- Si, si. Todo muy bien caballero - se apresuró Bruno a tranquilizarlo, aunque sin mucho éxito.

- Le agradecería que guarde silencio señorita. Me dirigía a mi colega, no a usted. Nos encontramos haciendo todo lo posible para que el ingreso de los invitados sea tanto rápido como seguro para todos. Por favor guarde la calma. - Respondió cortésmente el nuevo y malhumorado guardia.

- Pero yo no quise... - Bruno intentó disculparse para relajar la conversación, pero se encontraba lejos de eso.
- Cálmese señorita, le ruego tenga usted paciencia - insistió el guardia - Debemos tomar todas las precauciones, dado que se rumorea la presencia de un intruso en la fiesta.

Tras aquel comentario, Peperulo se esforzaba tanto para evitar a los guardias como para disimular su preocupación.

- ¿Pasa algo aquí? - Preguntó un tercer monumento de músculos con armadura que por allí pasaba.
- Por favor, no otra vez - pensó alarmado el pobre Bruno, mientras el sudor comenzaba a descender por su rostro - ¿Por qué les gustará tanto amontonarse alrededor mío a estos gorilas?

- Aquí me encontraba solicitándole su entrada a la señorita, cuando comenzó repentinamente a alborotarse por las demoras, señor - Explicó el primer guardia.
- Pero yo no… - Bruno intentó defenderse pero fue abruptamente interrumpido por el recién llegado, quien, afortunadamente, tenía intenciones de ayudar a calmar los ánimos.

- Bueno, antes que nada, vamos a tranquilizarnos, y a tratar de solucionar el problema. ¿Cómo podríamos agilizar el proceso?
-Si me lo permiten… - comentó Bruno, en un intento desesperado, aunque cordial, de terminar cuanto antes el acumulamiento de guardias a su alrededor- … yo creo que si en lugar de dedicarse todos a mirar mi invitación, se dispersaran un poco y dedicasen a atender a otros invitados, todo este proceso podría agilizarse al instante.

Pero entonces Don Bruno se dio cuenta que aquel comentario había sido un tanto desafortunado, y lo notó al ver la mirada furiosa de los tres gigantes custodios reales voltear lentamente hacia su minúscula e intimidable persona.

- ¿Acaso nos estás diciendo cómo hacer nuestro trabajo? - Le preguntó el tercer guardia, perdiendo cualquier rastro de amabilidad, quien luego se le acercó y se detuvo tan encima de él, que hasta tuvo que dar un paso hacia atrás e inclinar la cabeza completamente hacia arriba para poder ver al guardia a los ojos.

“En su próxima pestañeo salgo corriendo y no me ven ni la sombra” - pensó Bruno, inundado de miedo.

- Hágame el favor de pasar – le pidió el guardia resignado y de mala gana - y procure no volver a faltarle el respeto a ningún otro guardia, por favor. Que pase usted una bonita velada.

El hombre se tomó la frente con impaciencia, tratando de entender qué hacía una doncella tan rara en aquella elegante fiesta, pero dejó pasar al disfrazado herrero quien suspiró profundamente recobrando el aliento perdido. Unos metros más adelante un sirviente Real le tomó su abrigo y su cartera medieval, para que pudiese estar más cómodo en el salón durante la fiesta.

- Bueno, tuve suerte esta vez. intentaré pasar desapercibido hasta que la fiesta termine, y sacaré el máximo provecho de la situación - Se dijo a sí mismo al entrar al lujoso salón que se había montado afuera del castillo para la ocasión - Al menos, lo intentaré






Don Bruno Peperulo - Capítulo 2



- Capítulo 2 -

Los gallos comenzaron a despertar a los vecinos de Locordia aquella nueva y fresca mañana, mientras que el energético señor Peperulo se encontraba ya levantado, fresco y renovado, dándole forma a alguna que otra idea.






Al parecer, existían tres grandes posibilidades de concretar una cita con el Rey Reinaldo. Esas reuniones podían ser acerca de eventos sociales, tratados económicos o por asuntos de guerra. Ésta última había sido la primera opción escogida por el apresurado herrero, la cual desafortunadamente no había traído buenos resultados.

- Quizás ese tema de los eventos sociales no sea tan malo después de todo - pensaba para sí mismo mientras daba vueltas y vueltas en su cocina alrededor de una destartalada mesita - Al menos puedo ir al castillo y averiguar un poco de qué se trata. Después de todo, si consigo entrar, luego es sólo cuestión de esconderme por ahí, donde nadie pueda verme, y por la noche, mientras todos duermen, podré salir de mi escondite y tomar el castillo.

Poco a poco Don Bruno fue convenciéndose de que su plan podía llegar a funcionar, aunque faltara pulir algunos detalles.

- El problema es que ahora soy un enemigo del reino – pensó – Ya no puedo ir a la puerta del castillo así nomás, y pretender volver sin recibir algún sopapo.

Finalmente decidió ir disfrazado a la fortaleza del Rey para obtener un poco de información y no ser reconocido por los guardias.

Al verse al espejo, se dio cuenta que su grueso, enrulado y llamativo bigote lo delataría enseguida, por lo que optó por eliminarlo. Sin embargo, el ver su rostro completamente afeitado se sintió demasiado expuesto ante el enemigo, como si un buen disfraz se ocupase de cubrir el rostro, y no descubrirlo por completo. Fue por eso entonces que, con un pequeño corcho quemado, decidió pintarse un bigote más discreto, prolijo y pintoresco. Con algo de paja se fabricó una peluca; rubia y desprolija. Y por último improvisó un poncho con algunos trapos viejos.

- Listo. Estoy irreconocible - pensó al verse nuevamente al espejo, y sin perder más tiempo partió hacia el castillo. Al llegar, le pidió muy amablemente al guardia de la entrada información acerca de la próxima fiesta a celebrarse en el reino.

- Bueno, muchas gracias por su interés - comenzó éste la explicación – Como sabrá usted, Su Majestad el Rey Reinaldo Reynoso se encuentra en busca de pareja. Por tal motivo, se está organizando un baile en el que las doncellas de todo el reino tendrán el honor de concederle una pieza al Rey, y de esta forma competir por su amor.

Si bien la idea de contraer matrimonio con el Rey no era lo que Don Bruno andaba buscando, la idea de poder entrar al castillo le resultaba muy útil para poder completar la primera parte de su nuevo plan.

- ¿Y cómo hago? – preguntó intrigado el herrero.
- ¿Cómo hace qué, señor? – repreguntó el guardia con la intención de seguir asistiendo al desconocido visitante.
- Me gustaría anotarme para participar de dicha fiesta, señor Don Guardia – El trato formal y cordial para con la realeza no era la mayor de las virtudes de este herrero.
- Lamento informarle señor que, en esta oportunidad, sólo las doncellas del reino están invitadas al evento.
- Ah, ya veo… - se tomó unos segundos el señor Peperulo para deliberar como continuaría su plan con el repentino contratiempo - Entonces me gustaría inscribir a mi señora esposa ¿Cómo puedo hacerlo?

El guardia sostenía sobre el herrero una mirada que denotaba extrema seriedad, a medida que su amabilidad disminuía con cada pregunta. 

- Como le comenté hace instantes, el propósito del baile es que Su Majestad encuentre una pareja que se convierta más adelante en la nueva Reina de Locordia. Por tal motivo, las doncellas invitadas al evento deben también encontrarse solteras.

- Disculpe usted, señor Don Guardia, es que me ha traicionado la lengua al hablar – se corrigió automáticamente Don Bruno para salvar su error y excusar su falta de atención - Quise decir que me gustaría inscribir a mi señora hermana.

- Pues entonces dígale que se presente aquí mismo, y con mucho gusto le tomaremos sus datos.

Sin siquiera agradecer la ayuda del servidor del Rey, Bruno volvió apurado a su casa con la desesperada idea de volver disfrazado como su propia hermana. Su hogar no se encontraba exactamente cerca del castillo, por lo que las idas y venidas iban agotando al pobre Peperulo, quien a causa de la agitación (y de su propio “despiste” natural) podía pasar por alto importantes detalles a tener en cuenta.
Así fue, como con unas cortinas en desuso del taller se armó un sencillo y sobrio vestido. Muy apurado le agregó algo de paja a su desprolija peluca para simular una cabellera más abundante y larga, y por último se refregó algunas sobras de remolacha por la boca para lograr unos labios más rojizos y femeninos. Aunque se encontrase lejos de parecer una fina doncella, con su nuevo aspecto de payaso de trapo el valiente herrero volvió a la carga,

Cansado de ir y venir, Don Bruno volvió a atravesar el frondoso bosque. Saludó cortésmente a los aldeanos que por los alrededores merodeaban. Ascendió con dificultad la empinada colina por su sinuoso camino. Pasó una vez más junto al enorme cartel de bienvenida, y cabizbajo y casi con la lengua fuera se acercó finalmente a la fosa, donde fue interceptado por el mismo guardia con el que se había topado hacía tan solo unas horas.

- Muy buenos días señorita – lo saludó el servicial custodio del reino - ¿En qué puedo servirle?

Don Bruno levantó entonces su fatigada mirada para dirigirse al guardia, quien se llevó un inesperado susto al ver su desalineado y desprolijo aspecto.

- Bueno días, señor guardia – saludó al mismo tiempo que recobraba el aliento, simulando una femenina, extravagante y sobreactuada voz - Vengo a inscribirme para asistir al baile que organiza el Rey para las doncellas del reino.

La desprolijidad de la situación llamó mucho la atención del corpulento uniformado, quien se ocupó de examinar visualmente de arriba a abajo a la supuesta doncella con cierta desconfianza, aunque a fin de cuentas se dispuso a brindar su ayuda a la dama.

- Hace unas horas se presentó un hombre, muy parecido a usted, por cierto, en busca de la misma información, quien marchose luego en busca de su hermana. Me pregunto si será usted a quien aquel hombre fue a buscar.

- Si, señor guardia, en efecto. Soy la hermana de mi hermano – respondió con orgullo el disfrazado señor Peperulo, entusiasmado por seguir adelante con su plan; respuesta con la cual el guardia confirmó que aquella dama guardaba algún parentesco con el desequilibrado y desalineado visitante anterior.

- Lo imaginé – continuó el guardia – si me permite el atrevimiento, he notado que aquel caballero, me refiero a su hermano, es idéntico a usted: Poseen parecidos rasgos faciales, una muy similar contextura física, el mismo atípico peinado… Y hasta el mismo bigote.

Con un gran esfuerzo, Don Bruno intentó disimular su sorpresa al darse cuenta que con el apuro y la agitación, había olvidado quitarse el falso bigote.

-Si, si, claro. Somos muy parecidos mi hermano y yo. Resulta ser, verá usted, que ambos heredamos el cabello de nuestra madre, y el bigote de nuestro padre – replicó el herrero, aún sobresaltado por la sorpresa

- ¡Qué calor hace aquí! ¿Verdad?  - intentó luego desviar el tema de conversación, cuando a la reunión se sumó un nuevo guardia a quien Bruno encontraba familiar.

- Muy buenos días madame ¿Qué sucede aquí? ¿En qué podemos servirle? - preguntó muy cordialmente.

- La señorita aquí presente desea inscribirse para asistir al baile real - Le contestó su colega.
- Sería un honor contar con su presencia en la fiesta – se dirigió el recién llegado con una reverencia a la falsa doncella, tras lo que se detuvo a contemplarla unos instantes y agregó:

- Su rostro me es muy familiar señorita ¿La conozco?

Bruno reconoció a aquel corpulento guardia como el que le había hecho firmar su enemistad con el reino el día anterior, tras lo que respondió asustado:

- No, no creo, buen hombre. Me temo que recordaría haber conocido antes a un caballero tan guapo – intentó salvar la situación con halagos.

Desinteresado en el intercambio de piropos, y tras tomar asiento en un pequeño escritorio de madera, el primer guardia se dispuso a tomarle los datos a la supuesta señorita con el propósito de agilizar un poco el trámite, mientras que el segundo se dedicó a examinarla minuciosamente. De arriba abajo, tratando de recordar dónde la había visto antes, lo que ponía a Bruno sumamente incómodo.

- ¿Nombre? – Comenzó, con pluma en mano, la recopilación de los datos personales de la invitada.
- Bruno - Respondió el herrero, sin pensarlo mucho, desacostumbrado a andar mintiendo por la vida.
- ¿Se llama usted Bruno, señorita? – cuestionó el guardia, levantando lentamente la vista hacia la falsa dama.
- Ah, disculpe. Quise decir Bruna - Los nervios que le provocaba la amenazante presencia del segundo guardia, quien no paraba de examinarla con seria mirada, no dejaban pensar con claridad al pobre Peperulo.
- ¿Apellido?
- Peper…- Apenas comenzó a pronunciar su apellido, Bruno se dio cuenta que debía cambiarlo para evitar ser reconocido; Un pequeño detalle en el que no había pensado antes, el cual lo tomó por sorpresa
- Peper...  Peperi… - balbuceó por unos segundos mientras pensaba en un nuevo apellido para su nueva identidad - ¡Peperipistópulos!

El guardia intentó anotarlo, pero era muy largo y complicado como para memorizarlo.

- Disculpe, ¿Me lo podría repetir lentamente por favor? – se disculpó el encargado de anotar sus datos.
- Sí, como no – Asintió el herrero, aunque no tuviese ni idea de lo que había dicho hacía instantes, tras lo que confirmó con seguridad - Peperipipistiminículos
- Me pareció haber escuchado un apellido distinto la primera vez – Comentó el alto y musculoso guardia que no dejaba de inspeccionar visualmente al intimidado Peperulo.
- Es que se puede escribir de las dos formas – Cada vez más nervioso, Don Bruno ya no sabía si seguir corrigiendo sus errores o salir corriendo.
- ¿Su apellido se puede escribir de dos formas distintas?
- Sí señor.
- ¿Está segura que no nos conocemos? – Insistió el guardia que se mantenía de pie.
- No señor
- ¿No está segura?
- SI estoy segura que NO nos conocemos, señor.
- ¿Nunca se afeita el bigote, señorita? - le preguntó el soldado del reino con desconfianza.

Malhumorado por los nervios y la tensión, Don Bruno se quejó sin medir demasiado sus palabras.

- ¿Y a usted qué le importa?
- ¿Cómo dijo?
- Pregunté si quiere usted torta, señor - se corrigió enseguida, al ver la furiosa mirada de ambos servidores del Rey
- No señora, nos encontramos de servicio. Aunque le agradecemos el gesto – agradecieron los hombres del Rey, pasando por alto la insolencia de la visita, y continuaron con las preguntas.
- ¿De dónde viene?
- De por allá - respondió rápidamente, señalando el bosque.

Los guardias se miraron algo irritados.

- ¿Es usted de Locordia, señorita?
- Ah, sí. Si señor.
 - ¿Titulo?
- “Don Bruno Peperulo y la Leyenda de El caballero negro” – respondió el mismísimo Bruno Peperulo.
- ¿Cómo dijo? ¿La leyenda de qué? ¿De qué rayos está hablando señorita? –  Los guardias se miraron desconcertados. Nunca antes habían tardado tanto en tomar unos simples datos.
- ¿No es acaso ése el título de este libro, señores?
- ¿De qué libro está habla? La pregunta es si usted tiene algún título, señorita.
- Yo no tengo títulos publicados hasta el momento, señor. Pero estoy trabajando en la siguiente entrega de esta historia…
- No entiendo de qué me está hablando, señorita Peperipi-Como-Se-Llame – La paciencia de los soldados estaba llegando rápidamente a su fin - Solamente necesito saber si posee usted algún título real. O alguna profesión, titulo primario, secundario, terciario, universitario o posgrado.
- ¡Ah! – El pobre Bruno estaba teniendo ciertos problemas al entenderse con el vocabulario que manejaba la realeza, pero finalmente entendió lo que se le pedía.
 - Soy herrero ¡El mejor del reino! - respondió orgulloso, aunque el tema de cambio de personalidad le estaba costando un poco.

El guardia que permanecía de pie reconoció aquellas palabras, y su rostro se transformó inmediatamente. Si su seriedad ya imponía respeto, ahora provocaba terror.

- ¿Cómo dijo usted? - preguntó irritado, a lo que el despistado Bruno rectificó

- Dije que soy herrera, y que soy la mejor del reino, señor 
- Resulta ser que ayer se presentó aquí mismo un señor, proclamando ser el mejor herrero del reino, y hoy es ni más ni menos que un enemigo del rey - explicó el gigante uniformado con firmeza – No tendrá usted nada que ver con eso, ¿verdad?

En ese momento Don Bruno deseaba haber planeado un poco más su nuevo personaje

- Nooooo… - se apresuró a defenderse, simulando no saber nada del tema - Será el mejor herrero, pero yo soy LA mejor herrera.
- ¿Y por qué nunca escuché hablar de usted entonces? – replicó el guardia con extrema desconfianza - Se dará cuenta que, como soldados, conocemos todas las herrerías del reino, ya que fabrican nuestras espadas y escudos.

Producto del estrés y los nervios del momento, el pobre Bruno comenzaba a sentir calor; Mucho calor.

- Es que soy la mejor herrera del Reino; Del Reino de al lado.
- ¿Pero no dijo hace un momento que es usted de este reino? - Las respuestas del herrero dejaban cada vez más inconformes a los servidores del Rey.
- Si, en efecto. Lo que sucede es que vivo aquí, pero trabajo allí, en el reino de al lado.
- ¿Trabaja usted a más de cientos de kilómetros de aquí? ¿Cruzando interminables bosques, profundos ríos y extensas llanuras repletas de peligrosos y salvajes animales hambrientos?
- Si señores. Me levanto muy temprano en la mañana y me tomo tres carretas, una diligencia y dos canoas para llegar. Es un largo viaje, pero…
Mientras enredaba más y más sus rebuscadas e incoherentes respuestas, un nuevo mastodonte con uniforme real se sumó a la conversación.
- ¿Qué sucede aquí? - preguntó el recién llegado con más seriedad que los otros dos guardias combinados.
- Nos encontramos tomándole los datos a la señorita para que pueda asistir al baile real – le informaron
- ¿Estado civil? – prosiguieron con el trámite.
- Soltera, por ahora - respondió Bruno y simuló una amigable y delicada, aunque artificial sonrisa.
- ¿Estuvo alguna vez casada? - Las preguntas provenían ya de cualquier guardia, y sus rostros demostraban desconfianza, por lo que Bruno comprendió que intentaban hacerle “pisar el palito”
- No
- ¿Tiene usted hermanos?
- No
- ¿Pero no había venido su hermano hace unas horas?

La peligrosidad con la que aquellos tres corpulentos guardias intimidaban al pobre Bruno disfrazado de mujer, con sus tramposas preguntas e imponente seriedad, lo ponían casa vez más nervioso; Logrando de esta manera que el pobre herrero transpirase más de lo que se equivocaba.

- ¡Ah! Usted preguntó si tenía yo hermanos… Por un instante pensé que usted deseaba saber si tenía yo tres manos… - Con el corazón en la boca, la supuesta doncella intentaba ocultar sus equivocaciones cada vez con más esfuerzo e imaginación.

- ¿Y cuándo se separó usted de su marido? – Fue la siguiente pregunta.
- Hace ya más de dos años – Contestó Peperulo sin pensarlo demasiado.
- ¿Pero no acaba de decir usted que nunca antes había estado casada?

Por la improvisación de su plan, Don Bruno metía la pata en cada respuesta; y por cada segundo que dejaba pasar sin despejar las dudas, los guardias parecían impacientarse más y más.

- No. Usted me preguntó si “estuve alguna vez cazada”. Supuse que querrían saber si en alguna ocasión me persiguió o atrapó algún cazador.

No muy orgulloso de su respuesta, se limpió el sudor de la frente, y una vez más intentó sonreír amablemente. Uno de los guardias se acercó entonces lentamente hacia él, con paso firme y temerario; y con una furiosa mirada, como habiendo perdido ya todo rastro de paciencia, frente a frente con Don Peperulo, aplastándole la nariz con la propia y hablando entre dientes, le preguntó irritado:

- ¿Acaso es usted enemiga del reino?
- Si – contestó Bruno tímidamente con voz de niña asustada, y tras haber sido traicionado por sus castigados nervios, tragó saliva; mientras que, sin separar sus narices, la montaña de músculos desenfundaba su afilada espada.

- Si…  si...  si lo fuese, no estaría acá, ahora, hablando con ustedes… ¿verdad? – enmendó su respuesta.
- ¿Es usted entonces un animal peligroso?
- No
- ¿Es usted una mujer lobo, o alguna otra especie de bestia mitológica?
-- No
- ¿Una malvada bruja?
- No

- ¿Y entonces por qué rayos habría de querer cazarla a usted un cazador?
- Eso mismo me pregunté yo.

El guardia volvió a enfundar el sable y sin quitarle la vista de encima volvió lentamente a su sitio. Pero, aunque Bruno suspiró de alivio, sabía que con una sola equivocación más en sus respuestas estaría en graves problemas.
Para empeorar aún más la situación, un nuevo uniformado retornaba a la fortaleza luego de una ronda de vigilancia por las afueras del castillo, y al ver la pequeña acumulación de gente en la entrada decidió quedarse a ver qué sucedía.

- Buenos días caballeros, buenos días señorita - saludó muy alegremente a los presentes - ¿A qué se debe el tumulto?

El recién llegado parecía ser muy atento y amable, y no contaba ni con la exuberante estatura de los otros tres guardias ni con sus amenazantes músculos.

- Nos encontramos tomándole sus datos a la señorita para que pueda asistir al baile real – le informaron en seguida.
- Pero al parecer la señorita se encuentra un tanto ebria, ya que sus respuestas parecen contradecirse unas con otras - agregó otro guardia.
- Dudo que tan hermosa doncella se encuentre ebria en estas tempranas horas de la mañana - contradijo el atento caballero, encendiendo una pequeña luz de esperanza en Peperulo.
- Pues lo invitamos a participar entonces en la conversación, señor inspector - replicó el más desconfiado de los guardias, sofocando aquella pequeña luz del desdichado herrero.
- ¿Alguien más quiere venir a hacerme preguntas? - comentó Bruno con ironía, mientras se preguntaba a sí mismo si existía acaso alguien en el reino con peor suerte que él.
- Buenos días caballeros. Muy buenos días mi lady - saludó repentinamente el verdugo real, quien apareció por detrás de la falsa y temblorosa doncella, con una gigante y afilada hacha en la mano - Su rostro me es muy familiar, mi lady. ¿Cuál es su gracia?
- La verdad que en este momento ninguna, señor
- Me refiero a su nombre, mi lady. ¿Cuál es su nombre? - reformuló la pregunta el verdugo.
- Bruna - respondió el herrero sin más detalle, con temor a confundirse al repetir el rebuscado apellido que se había inventado.
- ¿Y su apellido?

Bruno balbuceó en voz muy baja

- No estamos seguros que recuerde su apellido - intervino el guardia que desde el comienzo le tomó los datos.
- ¿Cómo puede alguien olvidar su propio apellido? ¡Eso no tiene sentido! – aseguró el inoportuno verdugo
- ¿Tiene usted hijos? – le preguntó el inspector
- No

Sumergido en tan peligroso interrogatorio, llevado a cabo por tres gigantes sacos de músculos y armaduras, el inspector real, y el temerario verdugo, Bruno sólo quería desaparecer mágicamente del lugar y aparecer bien lejos; De ser posible en otro reino, para poder así calmar los nervios y frenar la transpiración que lo empapaba de pies a cabeza.

- ¡Qué calor que hace aquí! ¿verdad señores? - intentó iniciar un diálogo de retirada, secándose el sudor del rostro – Mejor seguimos otro día. ¡Un día más fresco!

Lo que no se percató el pobre Señor Peperulo, es que al secarse la transpiración se borroneó el falso bigote, quedando un ridículo manchón negro en su rostro en lugar del prolijo y sutil maquillaje.

- ¡Ese bigote es falso! - exclamaron todos los servidores del Rey al unísono.
- ¡No, no lo es!
- ¡Si lo es!
- ¡No lo es!
- ¡Que sí!
- ¡Que no!

El inspector intentó tocarlo para demostrar que efectivamente tenía pintura en la cara, pero la supuesta doncella le alejó la mano de una palmada al grito de “¡Degenerado!”
Al darse cuenta de lo ocurrido, utilizó el incidente para continuar con su plan de retirada: Se tocó el manchón en el rostro, se observó el dedo con pintura, y exclamó simulando sorpresa.
- ¡Ah! ¡pintura! Seguramente los niños hicieron de sus travesuras mientras dormía ¡Qué vergüenza! Mejor voy a asearme como corresponde para volver luego más decente y presentable, caballeros

Así, lentamente, caminando hacia atrás con extremo disimulo, inició el escape.

- Pero hace unos segundos dijo usted que no tenía hijos – cuestionó el inspector.
- No son mis niños. Son los niños del vecino - Aclaró mientras aceleraba el paso de su retirada.
- Pero al llegar dijo que el bigote era suyo, asegurando que era igual al de su hermano. ¿O me equivoco? – Desorientados e impacientados los guardias bombardeaban al arrepentido Bruno con preguntas y más preguntas.
- ¡Señorita! ¡Somos hombres de poca paciencia! - exclamó muy enojado uno de ellos tras golpear fuertemente la robusta mesa sobre la que se le tomaban los datos a Peperulo. Por ello, Bruno estaba a punto de necesitar un cambio de ropa interior.
- Tenemos muchos quehaceres y ocupaciones, señorita, mas usted parece estar en la luna – Sin más tiempo que perder, al ser un caballero muy ocupado y solicitado, el inspector del reino aceleró el trámite para finalizar de una vez por todas con semejante enredo - Sólo firme estos papeles, y la entrada al baile será suya.

Don Bruno suspiró profundamente. Aliviado y recuperando finalmente el aliento, pero sin ánimos de seguir enfadando a los impacientes caballeros, firmó inmediatamente aquellos papeles con tembloroso pulso, como si estuviese escribiendo en medio de un terremoto.

- Listo, la entrada es suya – aseguró el inspector con una sonrisa.

Bruno podía casi saborear la victoria cuando uno de los guardias se dirigió a otro.

- Ve a buscar al escribano de la corte, para que le entregue a la señorita su entrada para la fiesta real

El herrero se paralizó al recordar que fue el mismísimo escribano quien lo había declarado enemigo del reino.

- Mejor la vengo a buscar otro día dado que me encuentro algo apurada en este momento – se excusó, tras lo cual inició su retirada, pero uno de los mastodontes del rey le cortó el paso.

- El escribano de la corte es un hombre muy ocupado. ¿Me está diciendo usted que le va a hacer perder el tiempo? - lo intimidó el grandote, y aunque exactamente eso había querido decir Bruno con sus palabras, no le pareció buena idea seguir jugando con la paciencia de aquellas montañas de músculos, seriedad y mal humor.

- No, no. Quizás pueda esperarlo aquí unos minutitos… - respondió muy tímidamente con la cabeza gacha.

Unos pocos pero interminables minutos más tarde, el mismísimo escribano en persona se presentó con la entrada. Se paró frente a la supuesta doncella, y le hizo entrega de la misma. Sin siquiera levantar la mirada, Peperulo la tomó muy suavemente, pero sin querer, y sin poder evitarlo, levanto rápidamente la mirada, la cual se cruzó fugazmente con la del servidor del Rey. Aquel pequeñísimo instante alcanzó para que la expresión de indiferencia del mismo se torne seria y pensativa. Antes de encontrarse en aprietos y con la entrada en la mano, el impostor aceleró el paso dispuesto a desaparecer cuanto antes del lugar.

- ¡Un momento! - escuchó gritar, pero hizo caso omiso de la orden, y aceleró aún más el paso.
- ¡Deténganla! – al escuchar la orden Peperulo intentó huir con cara de disimulo, aunque le fue imposible hacerlo al chocarse en cuestión de segundos con un muro inamovible de gorilas reales. Muy lentamente se dio la vuelta, y notó que el escribano se dirigía hacia él. Éste lo miró de arriba abajo una y otra vez.

- Sabe usted que se trata de una fiesta de clase, ¿Verdad? – le preguntó el hombre del Rey.
- ¿Nos darán clases de baile durante la fiesta? – malinterpretó el herrero
- No señorita. Me refiero a que no se trata de una fiesta casual
- Sí, lo sé. Me imaginé que una fiesta con tanta preparación y organización no habría salido por casualidad.
- Quiero decir que la fiesta mantendrá un buen nivel, señorita.
- En efecto. Calculo que si el lugar se encuentra mal nivelado puede venirse abajo.

Resignado, es escribano cerró sus ojos y dio un profundo suspiro, como invocando paciencia.

- Sólo recuerde que el día de la fiesta se le negará la entrada si no viene vestida de forma elegante. ¿Quedó claro?
-Si, señor. Vestida de elefante.

El escribano estuvo a punto de corregirla, pero comprendió que sería simplemente una pérdida de tiempo. Aquella doncella parecía ser caso perdido, por lo que sin más preámbulos la dejó ir.
Aunque aún algo nervioso y estresado, Don Bruno caminó lentamente hacia el bosque, conteniendo con esfuerzo una victoriosa sonrisa. La primera etapa del plan había sido, gracias a su suerte más que a su inteligencia, un milagroso éxito. Ahora debía prepararse para la segunda etapa: la majestuosa fiesta Real