miércoles, 10 de octubre de 2018

Don Bruno Peperulo - Capitulo 4



- Capítulo 4 -


Poco a poco, comenzaron a hacerse presente los tenues ruidos nocturnos que, con cada ocaso, decoraban el frondoso bosque de Locordia. Junto a la alegre música que esa fresca noche brindaba el Castillo Real en semejante evento, los grillos comenzaban a acompañar dichos acordes con los propios, así como las luciérnagas iluminaban tímidamente los arbolados y oscuros alrededores del salón. 

En tales circunstancias, y dada la manifestación de guardias que había presenciado, el buen Peperulo había decidido posponer sus planes de conquista para disfrutar de aquella velada y sacar el mayor provecho de la situación. Dicha noción fue acatada justo antes de que frente a sus ojos pasara un sirviente paseando una bandeja repleta de exquisitos bocadillos.


¡A eso me refería! ¡Voy a comer hasta reventar! - Pensó inmediatamente, mientras terminaba de recorrer el lugar con la mirada.


Se trataba de un enorme y lujoso salón, iluminado por cientos de candelabros dispuestos a lo largo de cada columna, y otro tantos colgando del altísimo y decorado techo. De igual manera, miles de arreglos florales recorrían el lugar de punta a punta, aromatizando el momento.

Así como en el exterior de la inmensa sala, dentro de ella se podían divisar guardias por todas partes. Bruno había llegado a contar dos guardias por cada puerta. Cada entrada y cada salida. Uno más por cada columna, y otro por cada mesada repleta de manjares. Casi podía adivinar que habría uno más por cada adorno en la decoración, sin contar los que deambulaban por el lugar sin una posición aparente. Y, al menos basándose en sus expresiones, ninguno parecía estar de buen humor.



Me parece que hoy me voy a tomar un descanso con todo este asunto de tomar el castillo - pensó Bruno para sí mismo - Pero dado que ya estoy acá dentro... -  el estómago se le retorcía de hambre mientras que se relamía de antojo, al ver un mozo entrar al salón con una bandeja repleta de empanaditas medievales de jamón de cerdo, queso de cabra y mayonesa. Las favoritas del hambriento herrero.



Sin perder más tiempo, se dirigió con paso ligero hacia aquel mozo, cruzando por el medio de la pista de baile en la que las doncellas daban vueltas y vueltas al compás de la Orquesta Real, que se encontraba tocando las baladas más populares del pueblo sobre un pequeño escenario al final del salón.



¡Los bocadillos estaban deliciosos! No podía parar de meterse una tras otra esas exquisitas delicias en la boca. 



- ¿Hay más bocaditos de jamón y queso? - Con sus cachetes por reventar y mayonesa saliendo de sus oídos, le preguntó a un mozo que por allí pasaba



Apenas se pudo entender lo que decía, ya que las migas que salían despedidas de su boca, entorpecían la pronunciación.



Me temo que no, señorita. Al menos por el momento - Le contestó el mozo muy cortésmente, esquivando los trozos de cerdo que salían expulsados al hablar como una ametralladora de jamón - Pero si tiene paciencia, en muy poco tiempo estaremos trayendo más de la cocina.



Mientras el estómago del herrero festejaba feliz por la buena noticia, su ambicioso cerebro comenzaba a confeccionar un improvisado plan para lograr su verdadera meta. A su vez, intentaba forzar por la garganta toda esa pelota de comida que se había amontonado en la boca, como si quisiese transportar elefantes por la tubería de agua.



Toda esta servidumbre va a ir y venir de la cocina del castillo durante toda la fiesta. Si tan sólo pudiese pasar como un mozo más, tendría entrada libre y gratuita para esconderme en la cocina, ¡Y comerme así todos los bocadillos de jamón y queso! - pensó, soñando, saboreando con la imaginación todos aquellos manjares, hasta que su más ansiado propósito vio la luz:

¡Podría esconderme allí, hasta que todos se encuentren durmiendo, y tomar así finalmente el castillo!

Se tomó entonces, mientras terminaba de elaborar su nuevo plan, unos segundos para mirar a su alrededor. No observó más que guardias y más guardias; Guardias a pie, y guardias a caballo;
Guardias con espadas, otros con lanzas, boleadoras, tridentes, y unos cuantos más con intimidantes hachas.
El más pequeñito de todos esos guardias le llevaba otro Bruno de diferencia en altura al herrero, mientras que el más flacucho de ellos se encontraba levantando un caballo real, con una sola mano, mientras que unos sirvientes le revisaban las herraduras.
El panorama era desalentador, pero Bruno se dijo a sí mismo.



- ¡Es mi oportunidad ¡Tengo que utilizar mi disfraz!



Con los sentidos activados en busca de un plan, oyó a una señora mayor quejarse, asegurando que los bocadillos tenían un sabor raro. Y aunque Peperulo estaba en total desacuerdo, tales palabras le encendieron al herrero la antorchita de las ideas.

Se dirigió entonces a una de las tantas mesas repletas de manjares, y muy disimuladamente tiró un insecto en la comida. Luego, con mucha paciencia, esperó que las quejas se hiciesen presentes. Minutos más tarde, al comenzar a circular el rumor del insecto en los alimentos, se le acercó a un mozo, y con mucha clase y sofisticación le transmitió un mensaje.



Disculpe, mi querido compañero. Soy de la asociación inter-reinos de inspectores del orden y la limpieza en las cocinas, y me ha llegado el rumor de que se encontraron bichos en la comida. He tenido la suerte de probar esos manjares, y la verdad es que me daría mucha lástima que la asociación interviniera para clausurar la cocina del castillo. Seguramente, a su majestad eso le molestaría mucho, y le traería muchísimos inconvenientes. También estoy segura que con una discreta y anónima visita mía para inspeccionar el lugar, podría terminar este tema ahora mismo, y usted podría ser el afortunado en haber evitado mayores inconvenientes. Y por eso, claramente, podría ser usted recompensado de alguna forma. Estoy más que segura que todo esto no fue más que un incidente aislado, y podamos cerrar el tema ahora, inmediatamente.



Ante tanto palabrerío, y ante la aparente urgencia del tema, el mozo accedió a escoltarla hasta la cocina. Al ver que su complejo vocabulario estaba convenciendo al mozo, Don Bruno prosiguió.



Una vez en la cocina, le pediré que se vuelva de inmediatamente abananado al salón, y dé aviso de que el problema ha sido resuelto. En concordancia olorapatus, usted evitará que el problema tome zapallitancia. No es la primera vez que inspecciono esa cocina y sus flatulencias, por lo que ya conozco la salida. Yo misma me encargaré de cuantificar el asunto.



El mozo, por temor a quedar como un completo ignorante, dio por hecho que la supuesta inspectora estaba en lo cierto. Apresurado, la acompañó hasta la salida. Sin embargo, un guardia los detuvo bloqueando el paso de la puerta hacia el castillo. Pero Bruno ya tenía el secreto del éxito.



Disculpe señor, pero al parecer, un ornitorrinco perezoso paralelepípedo contrajo nupcias con un guazuncho eructón - dijo Bruno convencido, en secreto, con carácter urgente y sin entender ni una palabra de lo que él mismo decía



¿Y es eso grave? - preguntó el guardia preocupado.

- ¡Gravísimo! - respondió el mozo.

- ¡Ultra gravitaorio! - agregó Bruno. 

El guardia, que no había entendido nada, se hizo inmediatamente a un costado y les abrió la puerta.

Entonces, el humilde herrero vio allí afuera, en la penumbra de la noche, iluminado por la tenue luz de la luna llena, el castillo del reino de Locordia con sus puertas finalmente abiertas y mozos entrando y saliendo de él libremente. El éxito se encontraba a pocos metros. 



- ¡Vamos! - le exclamó el mozo, ansioso por solucionar el incidente del insecto en la comida. Lo tomó del brazo al disfrazado Peperulo y juntos se encaminaron hacia la cocina, Pero afortunadamente, Bruno recordó un detalle importante.



¡Momento! - exclamó - Debo ir por mis pertenencias. En ellas se encuentran mis anotaciones como miembro del comité de cocineros y las necesito para solucionar este inconveniente.



Bruno se dio cuenta que, si dejaba sus pertenencias en la fiesta, alguien notaría su ausencia y de ese modo lo buscarían por todas partes. Incluyendo la cocina. Y entonces estaría más que frito.



- ¿No dijo que era miembro del comité de inspectores?

Si, si. Eso mismo dije. Del club de lectores - se corrigió al instante, aunque sin mucha exactitud.



Afortunadamente, la urgencia del problema y la falta de atención de Bruno confundieron tanto al mozo que éste hizo caso omiso a las pavadas del herrero.



- Esta bien, vaya a buscar sus pertenencias, ¡Pero rápido! ¡No hay tiempo que perder!



¡Enseguida vuelvo! - le gritó al mozo mientras retornaba al salón, y luego le explicó al guardia de la entrada el motivo de su regreso, para asegurarse que lo dejaran salir nuevamente.


Vaya por sus pertenencias, aquí la espero - le respondió éste muy servicialmente mientras apoyaba su lanza en el piso tras desbloqueando el paso.



Bruno no podía creer la suerte que le acompañaba esa noche dado que se encontraba a tan solo unos minutos de llevar a cabo su plan.

Con paso ligero se dirigía hacia la entrada en dónde había dejado su cartera medieval. Se encontraba cruzando la pista de baile en el centro del salón cuando de pronto sintió un ligero frescor en el cuerpo. La música que sonaba alegremente en el escenario se detuvo repentinamente, al igual que el continuo murmullo que predominaba en el ambiente. El estremecedor silencio que de pronto se adueñó del lugar paralizó al señor Peperulo. Inmediatamente supo que algo no estaba bien cuando se percató que todas las miradas se dirigían a él.

Entonces detuvo la marcha y con mucho esfuerzo tragó saliva y dio media vuelta, para encontrarse con que la punta de su vestido había quedado atrapada entre el piso y la lanza del guardia en la salida. Junto con el vestido que lo abandonó allí a lo lejos se había quedado también la peluca, enredada entre las telas, quedando el nuevo enemigo del reino al descubierto, en medio de un salón rebalsado de corpulentos y agresivos guardias armados hasta los dientes.
- No es lo que parece… - comenzó a defenderse automáticamente Bruno, aunque en menos de lo que tarda un pestañeo, y al grito de "¡Enemigo a la vista!", tenía a la mitad de los guardias del salón encima, mientras que la otra mitad intentaba treparse a la montaña de músculos y armas reales que se había formado sobre el aplastado cuerpo del herrero.

Volaron puñetazos, sillazos, empanadazos e instrumentazos musicales.



Ya no se entendía que brazo era de quien, ni cuantas piernas tenía cada uno. Ante la falta de flechas de los arqueros reales, una gallina medieval que por allí pasaba fue lanzada por los aires, picoteándole el cachete a un guardia, quien revoleó su espada, cortando unas sogas que sostenían una gran cortina que terminó cayendo sobre le pila de servidores reales.


- ¡Qué no se escape! – se oían los gritos.

- ¡Necesito ayuda para treparme! – exclamó un guardia desde abajo.

- ¡Estoy muy alto! – gritó el de arriba de la montaña.
- ¡Gerónimooooo! – Gritó uno que se había colgado del candelabro y saltó sobre la torre de guardias.
- ¡El que tira la torre pierde! - Gritó otro que miraba desde afuera.
¡Agárrense fuerte! - Gritó un corpulento custodio real de ciento cincuenta kilos que corrió con todas sus fuerzas hacia la montonera. Al embestirla, todos volaron por los aires, incluyendo a Bruno, quien había quedado en ropa interior. El pobre cruzó el salón completo por los aires.
- ¡El intruso es mío! – Entusiasmado, el capitán de futbol medieval del Reino de Locordia recibió al herrero volador con un furioso y profesional puntapié con el que lo sacó disparado del salón por un enorme ventanal. Así fue entonces como, al grito de "¡Mi colita!", el enemigo del Rey cruzó el bosque de Locordia por encima de los árboles.

Varias horas más tarde, Don Bruno se encontraba en su taller descansando tras su rotundo fracaso.

Recostado en su precaria cama y con la dolorida cola hacia arriba, el herrero se lamentaba el haber estado tan cerca de lograr su objetivo y juró prestar más atención la próxima vez.

- Cuando me recupere voy a intentar llevar a cabo una reunión comercial con el Rey para lograr mi meta – se decía a sí mismo - Al menos parece ser un tema más tranquilo y pacífico. Después de todo, si planeo bien mi próxima jugada… ¿Qué podría salir mal?